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Vencer el miedo a hablar en público
Todo el mundo coincide en decir que no hay fórmulas mágicas inmediatas contra el miedo a hablar en público. Ciertamente, la experiencia de hacer frente a un auditorio más o menos numeroso provoca en la mayoría de las personas diversos grados de angustia que van desde el nerviosismo soportable hasta el pánico.
Desde el momento en que dos o más personas interaccionan (sea a partir de la palabra o del contacto visual, táctil, auditivo o incluso olfativo) se establece entre ellas un juicio cruzado de aceptabilidad que va variando a cada instante en función de las acciones y las palabras de los comunicadores. Es la opinión que nos vamos formando unos de los otros cuando nos comunicamos.
Las personas más temerosas de hablar en público tienden a tener excesivamente presente este juicio y llegan a pensar que el auditorio puede radiografiar su estado interno de una manera absolutamente transparente.
Este elemento es uno de los causantes más potentes de la mayoría de nuestros miedos. Por eso, antes de intentar cualquier otra cosa, tenemos que reflexionar sobre los aspectos siguientes: No es verdad que el auditorio se de cuenta sistemáticamente del estado nervioso del orador. Bien al contrario: tiende a observar la actuación del mismo con una especie de "filtro" positivo. Algunos autores hablan de solidaridad con quien habla, de respeto por su esfuerzo. Ciertamente, hemos podido comprobar persistentemente en nuestros cursos (con apoyo de filmación con vídeo) que el auditorio casi nunca llega a captar la situación interna del orador, incluso en casos de nerviosismo extremo por parte de éste. Un ejemplo típico es el de la sensación de rojez en la cara: en el 90% de los casos el orador está convencido de la misma y ni el público ni la cámara de vídeo lo han percibido. Muchas personas son conscientes de que generan una primera impresión negativa o que, a la larga, se hacen pesadas. En muchas ocasiones esta impresión es puramente personal y no tiene ningún fundamento objetivo. Sea como sea, el orador no es siempre el responsable de esta situación: a veces, el hecho de pertenecer a un determinado colectivo predispone a nuestro auditorio en contra. Ser consciente de la existencia del juicio de aceptabilidad de los otros es tener en cuenta la presencia y el estado de ánimo de nuestro auditorio. Si conseguimos que no nos llegue a obsesionar, será un gran aliado a la hora de intentar adaptarnos a las personas que nos escuchen y empatizar con ellas. Tenemos una visión distorsionada de los resultados que obtenemos como comunicadores: o tendemos a infravalorarnos o tendemos a supravalorarnos. Tenemos que trabajar el autoanálisis, ya sea a partir de conversaciones con personas de nuestra confianza o a partir de filmaciones o grabaciones de nuestras actuaciones (si es posible).
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